Sentimientos y documentos se fueron juntos (Angel Arnaiz)
Una, otra, otra más… fotografía tras fotografía aparecen desvaídas, con los colores extendidos, entremezclados, y con esfuerzo se llegan a distinguir algunas de las figuras iniciales… ¡ah! Esta fue cuando estaba dando clases de 6º grado en Nueva Esperanza al poco de llegar… y esta aquel viaje que hicimos cuando llegaron Concha y los amigos de Madrid… ¿y esa? Creo que la hizo Lothar… y este álbum no se ve nada, está todo perdido.
Así, una tras otra, mirando a ver qué se puede salvar de tanta destrucción. El agua lodosa, durante tres, cuatro días seguidos, penetró todos los rincones de la casa, dejó paredes enmohecidas, ropas insalvables, artefactos inservibles, sillas descompuestas, muebles dilatados, cumbos y otros artículos de plástico a buena distancia de la casa, entre los cercos y las ramas caídas. Alimentos, sacos de maíz, de abono para el cultivo, chanchitos y gallinas… todo se fue con la corriente poderosa de las aguas del río Lempa y de los otros dos riítos que corren cerca de nuestra comunidad Nueva Esperanza, El Espino y el Borgollón, con los drenos asolvados que les unen.
Pero el estropicio más sentido fue con documentos, papeles marcados de todo tipo: para empezar, con fotografías antiguas irrepetibles, porque eran de aquellas de rollo y, además, realizadas y regaladas por alguien que ni te acuerdas quien, en un momento irrepetible de tu vida y de la vida de la comunidad y de otras gentes cercanas a ti, y que quedaron marcadas por los acontecimientos de entonces, cuando las champitas de plástico eran nuestras viviendas, cuando los adolescentes de entonces hicieron los primeros cultivos, cuando una casita de madera era la primera enfermería, aquel viaje inolvidable a la playa…
Pero también se aguaron y se tendrán que reponer, si se puede, en un servicio burocrático interminable, documentos de títulos universitarios, como licenciaturas, o diplomados en esto y en lo otro, que ya no se repondrán más, escritos oficiales y no tan oficiales que mantenían los orígenes de la comunidad, de la historia de la escuela y el instituto, de los primeros inexpertos proyectos de ayuda solidaria, y documentos actuales a los que se les fue el sello de tinta azul o negra. Cartas, cartas a mano o impresas de las primeras computadoras, felicitaciones, invitaciones, recordatorios de hermanas y hermanos que ya partieron de entre nosotros.
Y los libros. “Lo primero que encontré al regresar fue la Biblia en la puerta de mi casa”. “Lo que más he sentido fue perder la Biblia que me habían regalado”. Estas son expresiones de dos maestras, Deysi y Esperanza. No les quiero contar libros que me han acompañado toda la vida desde que salieron o desde que pude conocerlos y adquirirlos para mí o llegaron como regalos queridos, de Boff, de Pagola, de Casaldáliga, de Romero… o de amigos míos como Quintín y Miguel Angel.
Ya en el Mitch (inundaciones del huracán Mitch, 1998) perdí una parte importante de mi pasado gráfico y escrito, y así se lo hice saber a los de la CEL, la empresa que se desmadra abriendo las aguas de la presa del río Lempa. Ahora, si cabe se perdió la parte que me quedó de entonces. Mi vocación de historiador aficionado me exigía guardar documentos de esto y de lo otro para, en algún momento propicio, recogerlos de nuevo, analizarlos y exponerlos de manera asequible y sistematizada. La experiencia que me queda es que a estos benditos pueblos de Centroamérica norte les es difícil mantener un pasado colectivo asumido por la mayoría como identidad histórica y fuerza reconocible de futuro.
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