dilluns, 12 de desembre del 2011

Después de las inundaciones: Silencio

Crónica de Angel Arnaiz

Al anochecer, cuando el trabajo del día ha culminado, las calles permanecen silenciosas. Ya no está la bulla de niños y niñas, muchachos y muchachas, jugando en la cancha de baloncesto iluminada con cuatro potentes focos. Los jóvenes, varones, que platicaban a estas horas de anochecer junto al viejo tanque de agua, traído de Nicaragua hace veintiún años, en una esquina del parque, tampoco se sientan en sus gradas. Apenas alguna persona transita de aquí para allá en esas horas propicias para la convivencia comunal. Los vecinos dejaron de salir a la puerta de entrada al patio y vivienda. Y ni siquiera hay alguna pareja jovencita furtiva en algún lugar más apartado y oscuro. Ni las televisiones suenan con sus inacabables telenovelas o sus noticieros camuflando su ideología capitalista. Apenas una par de casas han adornado este año sus paredes con lucecitas navideñas. Casi nada se mueve en este tiempo de diciembre. Ni siquiera los perros salen a ladrar a las puertas de las casas de sus dueños, ni, menos, a las calles, como cuando se juntaban a ladrar, latiendo fuerte un grupo de ellos, al paso de cualquier viandante cercano en esas horas nocturnas. Ni en la tienda de la Besfalia –así, como suena- se reúnen ya para jugar cartas o a la maquinita tragamonedas o a las grandes pláticas de final del día esos hombres que han creado su centro social popular en esa esquina por la entrada a la comunidad. Los focos o lámparas públicos, colgados en los altos postes de las calles, permanecen oscuros en su mayoría, sin encenderse, fregados por la reciente superinundación, que nos ha quebrado hasta la comunicación humana existente, diurna y nocturna.


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